sábado, 11 de enero de 2025

 Hoy voy a contaros una historia. La historia de dos chicos que se conocieron mientras uno llevaba una llave en el cuello y el otro borracho le escribía si podía abrir su corazón con ella. 

Trás no mucho tiempo y muchas palabras de por medio, lo hizo. En un aparcamiento. ¿Quien iba a decirte a ti que un aparcamiento podía ser romántico? Pero fue un beso para ser rodado de película. 

Y así, dejaron de ser dos chicos a ser juntos. 

Los principios de toda historia de amor suele ser bonito, apasionado y lleno de color. No esta vez. Esta vez fue despacio, bonito sí, pero sin dejarnos llevar de más. Viendo como los sentimientos crecían poco a poco, si nuestro puzzle tenía las mismas piezas. 

Y así, durante muchos años lo fueron completando. Recortando algunas piezas para que encajaran. Viajando a encontrar las que faltaban o simplemente por hacer el puzzle más grande. Uno que les llevará completarlo toda la vida. 

Ningún puzzle tan grande es fácil, pero si ambas partes quieren, cualquier puzzle se puede montar. Y ahí vino el problema. Cuando uno de los dos ya no quería jugar más, ni al puzzle, ni con el otro chico. 

Y entonces el puzzle cayó al suelo y se rompió en pedazos. 

Y así, dejaron de ser juntos a ser dos chicos. 

El chico con la llave en el cuello, se lo llevó en su cabeza. Y aunque ya no puede montarlo, le gusta mirar los trozos de vez en cuando. Como ahora. 

Le gusta mirar las partes del puzzle donde los dos sonreían, donde viajaban y se querían. Por suerte para él, esos pedazos no seguirán siempre en su cabeza o eso le gusta creer. 

Y aunque no vaya a montar nunca más otro puzzle, 

dejará de mirar este, 

que ya está muy destrozado. 



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